jueves, 27 de diciembre de 2018

Édouard Levé - Algunas obras




1. Un libro describe obras que su autor imaginó, pero que no ha realizado.



4. Se dejan caer de una grúa maniquíes de aluminio del tamaño de un hombre de diferentes alturas. Sometidos a una metamorfosis por las abolladuras, adoptan la pose que les impone su nueva morfología.



64. Un abrigo hecho de luciérnagas.



73. Se exhiben en una vitrina notas manuscritas encontradas en los bolsillos de gente muerta.



84. Se arma un inventario fotográfico de obras destruidas. Cenizas y escombros reemplazan la pieza cuando su destrucción es total. Los daños se clasifican en distintos tipos: incendio, inundación, inmersión, terremoto, choque, caída, derrumbe, bombardeo, atentado, vandalismo, mala conservación.  



90. Apocalipsis. Un cordero disecado se mantiene de pie, degollado. Tiene siete ojos. Y siete cuernos.



93. Instalado en el campo, un hombre dibuja levando la mina del lápiz hacia los lugares desde donde viene el canto de los pájaros. De principio a fin, la mina no se despega del papel. Cuando se dirige hacia un sonido, el trazo se mantiene a una distancia del centro proporcional a la que separa al hombre del pájaro. El centro de la hoja corresponde, a escala, al lugar que él ocupa en el paisaje.  



95. Un artista realiza diez pinturas en sus uñas. Las de la mano izquierda las pinta con la derecha y viceversa. La exposición tiene lugar en el domicilio del espectador. El artista pone a su disposición un dado con diez caras, que debe tirar. Se muestra el dedo correspondiente al número que salga, durante el tiempo que el observador quiera. Los otros dedos permanecen ocultos. Después de tirar diez veces el dado, la exposición termina. El espectador tiene treinta y seis chances entre cien mil de ver las diez pinturas en la misma sesión.



157. Se plastifican fotografías en formato pequeño y se las enrolla. Su autor las ingiere y las expulsa después de realizado el proceso normal de exposición. Luego se exponen.



165. Fotografías borrosas representan obras realizadas por artistas miopes, como ellos las verían sin anteojos.



200. Un film de un minuto reconstituye la caída de Charles Baudelaire en las baldosas de la iglesia de Saint-Loup, en Namur. La descendiente directa de su hermano interpreta al poeta.



247. En lugar de cada párrafo de una novelase imprime un rectángulo negro cuya superficie es la suma de las superficies de sus letras. Los espacios y los interlineados han desaparecido. La parte superior de los rectángulos se ubica en donde comenzarían los párrafos correspondientes. La narración se reduce a una serie de pinturas geométricas.



252. En una escuela abandonada, se invita a los visitantes a elegir uno de los círculos de pelo humano ubicados en el suelo y a arrodillarse ahí.



263. Un hombre sentado mira un cerebro sumergido en un acuario esférico lleno de agua, ubicado sobre una mesa. Fotografía.



320. Los elementos de un zapato se ensamblan en forma de esfera.



333. Una silla enorme rodeada de varias mesitas.



412. Cincuenta personas protestan sin causa, con pancartas y banderines que no tienen nada escrito. En silencio, caminan por las calles. Se filma la manifestación hasta que la neutralicen las fuerzas de seguridad.



413. Un hombre copia meticulosamente pinturas abstractas realizadas por monos.



438. Un cirujano realiza tatuajes invisibles en las paredes de los órganos internos.



531. Después de haber publicado un libro en el que describe proyectos de obras que no ha realizado, el autor lo reescribe en lápiz en un cuaderno, de memoria, con los ojos cerrados. 



De Obras (Eterna Cadencia, 2018)
Traducción de Matías Battistón

viernes, 14 de diciembre de 2018

Tres poemas de Hilde Domin




PAISAJE CAMBIANTE

Uno tiene que saber irse
y sin embargo, ser igual que un árbol:
como si se quedasen las raíces en el suelo,
como si se moviese el paisaje
y nosotros nos quedásemos parados.
Aguantar la respiración
hasta que cese el viento
y el aire ajeno comience a rodearnos,
hasta que el juego de luz y sombra,
de azul y verde,
muestre los viejos patrones
y estemos como en casa
donde sea,
y podamos sentarnos y recostarnos
como si fuera la tumba
de nuestra madre.




CASA SIN VENTANAS

El dolor nos encierra en un ataúd,
en una casa sin ventanas.
La primavera deja ver las flores
límpidas y más claras
sus aristas.
Mi noche, una apuesta,
un dado de silencio.

El consuelo quiere entrar
y no halla puertas, ni ventanas.
Enfurecido amontona la leña
quiere forzar un milagro y
enciende
la casa del dolor.




COLONIA

La ciudad hundida
para mí
sola
hundida.

Nado
en las calles.
Otros caminan.

Las viejas casas
tienen grandes puertas nuevas
de vidrio.

Los muertos y yo
nadamos
a través de las puertas nuevas
de nuestras viejas casas.




De Canciones para dar aliento (Llantén, 2018)
Traducción de Geraldine Gutiérrez Wienken

martes, 11 de diciembre de 2018

Peter Zumthor - Fragmentos sobre arquitectura




La construcción es el arte de configurar un todo con sentido a partir de muchas particularidades.




Creo que, en el contexto de un objeto arquitectónico, los materiales pueden adquirir cualidades poéticas si se generan las pertinentes relaciones formales y de sentido en el propio objeto, pues los materiales no son de por sí poéticos.




Amo la música. El lento fraseo de los conciertos de piano de Mozart, las baladas de John Coltrane, el timbre de la voz humana en ciertas canciones me son muy cercanos.

La capacidad humana de inventar melodías, armonías y ritmos me deja estupefacto.

No obstante, el mundo de los sonidos abarca también lo contrario de la melodía, la armonía y el ritmo; aparte de los sonidos meramente funcionales que llamamos ruido, conocemos desarmonías y ritmos quebrados, fragmentos y apelotonamientos de sonidos, elementos con los que trabaja la música contemporánea.

Creo que la arquitectura contemporánea debería disponer un plan tan radical como la nueva música, aunque poniéndole límites a ese imperativo. Cuando la composición de un edificio se basa en desarmonías y fragmentaciones, en una secuencia de ritmos rotos, clustering y quiebres estructurales, si bien es verdad que esa obra puede transmitir mensajes, la curiosidad se disipa con la comprensión del enunciado, y la que queda es la pregunta sobre la utilidad del objeto arquitectónico para la vida práctica.




La arquitectura tiene su propio ámbito existencial. Dado que mantiene una relación especialmente corporal con la vida, en mi opinión, al principio no es mensaje ni signo, sino una cobertura y un trasfondo de la vida que junto a ella ocurre, un receptáculo sensible para el ritmo de los pasos del suelo, para la concentración  del trabajo, para el sosiego del sueño.




El dibujo arquitectónico intenta traducir en imagen, del modo más preciso posible, la irradiación del objeto en un determinado lugar. Pero justamente el empeño puesto en esta representación puede dejar sentir con especial claridad la ausencia del objeto real, lo que conlleva que se manifiesta la insuficiencia de toda representación, así como una curiosidad por la realidad prometida en esa representación y, quizá también en el caso de que lo prometido nos conmueva, el deseo ardiente de que se haga presente.




Los detalles deben expresar lo que exija la idea fundamental del proyecto en su lugar correspondiente: copertenencia o separación, tensión o ligereza, fricción, solidez, fragilidad.

Los detalles, cuando salen bien, no son decoración. No distraen, no entretienen, sino que conducen a la comprensión del todo, a cuya esencia necesariamente pertenecen.




La presencia de determinado edificios tiene, para mí, algo secreto. Parecen simplemente estar ahí. No se les depara ninguna atención especial, pero sin ellos es casi imposible imaginarse el lugar donde se erigen. Estos edificios parecen estar fuertemente enraizados en el suelo. Dan la impresión de ser una parte natural de su entorno, y parecen decir: “Soy como tú me ves, y pertenezco a este lugar”.

Despierta toda mi pasión poder proyectar edificios que, con el correr del tiempo, queden soldados de esta manera natural con la forma y la historia del lugar donde se ubican.




Con cada nuevo edificio se interviene en una determinada situación histórica. Para la calidad de esta intervención, lo decisivo es si se logra o no dotar a lo nuevo de propiedades que entren en una relación de tensión con lo que ya está allí, y que esta relación cree sentido. Para que lo nuevo pueda encontrar su lugar nos tiene primero que estimular a ver de una forma nueva lo preexistente. Uno arroja una piedra al agua: la arena se arremolina y vuelve a asentarse. La perturbación fue necesaria, y la piedra ha encontrado su sitio. Sin embargo, el estanque ya no es el mismo que antes.




Los edificios que nos impresionan siempre nos transmiten un sentimiento fuerte de lo que es su espacio. Rodean, de un modo peculiar, ese misterioso vacío que llamamos espacio y lo hacen vibrar.




Estos tiempos de transformaciones no permiten grandes gestos. Son pocos los valores comunes que todos aún compartimos y sobre los cuales se puede construir. Por tanto, soy partidario de una arquitectura de razón práctica, que surja de aquello que todos nosotros aún podemos conocer, entender y sentir.




Si un proyecto bebe únicamente de lo existente y de la tradición, si repite lo que su lugar le señala de antemano, en mi opinión, está falto de la confrontación con el mundo, la irradiación de lo contemporáneo. Y, si una obra de arquitectura no nos cuenta sino del curso del mundo o de lo visionario, si hacer oscilar en ella al lugar concreto donde se levanta, entonces echo de menos el anclaje sensorial de la construcción a su lugar, el peso específico de lo local.




Hay una acción recíproca entre nuestros sentimientos y las cosas que nos rodean. Como arquitecto debo confrontarme con todo esto. Trabajo en las formas, en las figuras (la fisonomía), en las presencias materiales que integran nuestro espacio vital. Con mi trabajo contribuyo a que aparezcan las circunstancias reales y creo determinadas atmósferas en el espacio que hacen que se despierten nuestros sentimientos.




La arquitectura es siempre una materia concreta; no es abstracta, sino concreta. Un proyecto sobre el papel no es arquitectura, sino únicamente una representación más o menos defectuosa de lo que es la arquitectura, comparable con las notas musicales. La música precisa de su ejecución. La arquitectura necesita ser ejecutada. Luego surge su cuerpo, que es siempre sensorial.




Entre la puesta de sol y el amanecer nos orientamos con las luces que nosotros mismos producimos y encendemos. Esas luces no son comparables con la luz del día; son demasiado débiles y flojas, con sus intensidades centelleantes y sus sombras, que se difunden con tanta rapidez. Pero si no pienso en esas luces que nosotros mismo fabricamos como un esfuerzo por suprimir la noche, sino que intento pensarlas en el seno mismo de la noche, como una acentuación de la misma, como lugares íntimos de luz en medio de la oscuridad creados por el hombre, entonces se vuelven hermosas y pueden desarrollar su propio encanto. ¿Qué luces queremos encender en el periodo que va entre la puesta de sol y el amanecer? ¿Qué queremos iluminar en nuestras casas, en nuestras ciudades y en nuestros paisajes? ¿Cómo y durante cuánto tiempo?



De Pensar la arquitectura (Gustavo Gilli, 1998)
Traducción de Pedro Madrigal

sábado, 8 de diciembre de 2018

Cinco poemas de María Negroni




BIOGRAFÍA

Me llamo Emily. Nací en Nueva Inglaterra, un 10 de diciembre muy blanco y altivo, y otra vez blanco. Mi padre nos leía la Biblia con ojos de Pentateuco, afirmando que ese libro, que es el Libro de los Libros, contiene cuanto existe de inhallable en lo real. Tuve que buscar cómo engendrarme de algún modo, recurrir al silencio que es nido muy vacío, muy en paz. Así inventé los bosques, el desquiciado mundo, la antigüedad del agua. Esa fue mi forma de partir. Aún no he regresado.  



PELIGRO

Yo no quería depender de un solo ser. Me hubiera muerto de temblor, de espera. Preferí balbucear como una idiota en el jardín manchado de lenguaje, esperar su sentencia —de Muerte— con mi laúd de música mía. Yo quise que la mente dictara las palabras, no lo oscuro que sentía. Yo quería ver Amherst a la luz de septiembre, cuando el aire deja de ser aire y la boca está plena de lo que no tuvo. Dulce vino mucho que se da de beber, siempre más, en el bosque de al lado. Nada como una música que no se puede tocar.



CONJUGACIONES

Jugaba – jugabas – jugaba – jugábamos – jugaban – jugaban.
Los niños dejan el sol en la taza y se van a cazar el tesoro que nadie —jamás— sabrá traducir.



DESASTRE

En la exclusión que empieza —pero sigue— en el Jardín del Goce, poner en ascuas la cabeza, aguda y resfriada. Y después, en sociedad austera, aprender a olvidar también cantando. Es noche plena: palabra en metro que viene de tan lejos, breve cárcel. Dura ley cubrir con frialdad la frialdad, con estilo la ausencia, con poemas sin mundo el mundo. ¿Con qué alarido mudo iré al encuentro de lo que no pudo ser?



AMÉN

Que la vida me encuentre cubierta de harapos, con los ojos cóncavos. Que me sueñe menguante, sin la ayuda de gente —vertical— o dichosa.
Que no creer nada sea mi fe, mi éxtasis más hondo extinguirme.
Que arneses me arrastren hacia el gran trabajo.
Que unos cuantos niños de oraciones blancas.
Que los más de los días.
Que el barullo
y la gracia.



De Archivo Dickinson (La Bestia Equilátera, 2017)

jueves, 6 de diciembre de 2018

Gonçalo M. Tavares - Notas sobre música




Es evidente que la expresión "orejas largas" no resulta solo de una descripción anatómica. Orejas largas es aquel que sabe escuchar.

En la China antigua, los hombres de "orejas largas" eran considerados sabios, y los taoístas hablan de la capacidad, que algunos hombres tienen, de recibir una "luz auricular". Esa es también una bella definición de música.


*


Se absorbe la música como se absorbe algo que está en el aire y no se ve. Es, de hecho, una sustancia —y esa sustancia sonora puede tener una carga triste, alegre, neutral, melancólica o excitante. Y son raras las sustancias del mundo capaces de provocar reacciones tan distintas.


*


El sonido, nótese, es siempre una energía que recorre un itinerario laberíntico.

El oído humano está hecho para oír música y no por casualidad su estructura interna no es una línea recta, al contrario: es curva y contracurva, contracurva y curva.

Y en el laberinto ocurre esa cosa rara: avanzar es muchas veces lo mismo que andar para atrás.


*


El laberinto, retrasando lo que viene de afuera, da tiempo para que el cerebro se prepare para la llegada del sonido.


*


Oír es una forma sutil de voltear nuestro cuerpo hacia un lado. Si oigo el sonido que viene de mi derecha, aunque no voltee mi cuerpo hacia allá, ya está mentalmente inclinado hacia mi lado derecho. Eso.


*


Decidir a qué sonido dar atención es, al final, decidir a qué volumen poner las distintas partes del mundo. Es una decisión importante.


*


¿Qué hacemos cuando a nuestro oído llega una música informe, con melodías que nos dejan atontados, nos desequilibran, nos hacen caer, nos hacen pedir una silla para sentarnos? He aquí lo que hacemos: desistimos y decimos: eso no es música, es ruido. O entonces intentamos dar forma a este informe/disforme. Intentamos hacer cuadrados en lo que es caótico, hacer triángulos, rectángulos y circunferencias en lo que parece tener más de mil lados.


*


¿Cómo es que un sonido deja de estar loco? ¿Cómo es que un sonido deja de ser delirante? Exactamente como una persona deja de estar loca. Cuando algo o alguien la comprende, la escucha y le dice de forma clara y sincera: te entiendo. Entender al loco es ya curarlo, es dejar de considerarlo loco.


*


Conducidos por un músico arqueólogo, mil hombres comienzan a excavar la tierra en busca de un sonido. En busca, por lo tanto, de cualquier cosa que no tenga ancho, largo y espesor. Hombres que excavan no para encontrar viejas piezas, tesoros, huesos que expliquen la extinción de los dinosaurios —pero que excavan, simplemente, para intentar encontrar una música.


*


He aquí el fósil que todos quieren, el más raro, aquel que registra lo que los antiguos cantaban y silbaban.


*


De hecho, qué pena no saber qué cantaba el primer Homo sapiens.


*


La música es, de cierta manera, muda en términos de lenguaje. Los sonidos no hablan, existen como un elemento físico que aparece un instante y de inmediato desaparece —como una piedra que existiera, ocupara espacio y tuviera peso, pero solamente durante un microsegundo— para pronto desaparecer.
Una piedra efímera, he aquí el sonido; una piedra momentánea, he aquí el sonido. Y esto es raro, claro.

Y la partitura (para quien la sabe leer) puede ser vista, entonces, como el anuncio de esa piedra efímera, la amenaza de su aparición.


*


El final de un concierto, la extraña sensación de que la orquesta —que hace mucho abandonó el espacio y se retiró a bambalinas— continúa, al final allí, tocando en pleno espacio vacío.

¿Cuándo es que termina de sonar aquello que escuchamos? ¿Cuándo es que se cierra en los oídos el sonido? Como si existieran, de hecho, dos duraciones distintas de una música —una colectiva, pública, y otra individual y privada.


*


Que la música anuncie el mal o el bien, la violencia o el tedio, el placer o el dolor que duele mucho en el lugar equivocado, que anuncie todo y cada cosa en particular, pero que jamás anuncie la nada —he aquí lo que se pide a la música.


*


¿De qué sentirías más falta, perdiendo la audición? ¿De las informaciones que te darían por intermedio de la voz?

A esta respuesta posiblemente, después de mucho pensar, responderíamos: la gran pérdida sería la música. Porque la información sonora puede ser sustituida por otros varios tipos de información —información escrita, etc. Ahora bien, la música, esa, no puede pasar para otro medio. No es información. Si te vuelves sordo, perderás la música.



De Breves notas sobre música & breves notas sobre literatura-bloom (Matadero, 2018)
Traducción de María Alzira Brum



viernes, 9 de noviembre de 2018

Mircea Cărtărescu - Un fragmento sobre poesía



Al final de la Segunda Guerra Mundial, un excombatiente, Seymour Glass (cuenta J. D. Salinger) es invitado a cenar con la muy burguesa familia de su prometida, Muriel. Los padres de esta, preocupados por las rarezas del joven, le hacen la clásica pregunta sobre la carrera que le gustaría desarrollar después de la guerra. Para su consternación, Seymour responde que no querría ser otra cosa que un gato muerto. Naturalmente, ellos se toman su respuesta como una prueba más de su locura, sin saber que el maravilloso personaje (un nuevo príncipe Mishkin, en definitiva), un poeta por excelencia, se refería a una antigua parábola zen. «¿Cuál es el objeto más valioso del mundo?», le preguntan a un maestro zen. «Un gato muerto —responde él—, pues nadie puede ponerle precio».

   La poesía es el gato muerto del mundo consumista, hedonista y mediático en el que vivimos. No se puede imaginar una presencia más ausente, una grandeza más humilde, un terror más dulce. Nadie parece ponerle precio y, sin embargo, no existe nada más valioso. Solo la encontramos en las librerías si tenemos la paciencia de llegar hasta las últimas filas de las estanterías. Los poetas no tienen ya estatuas, como en el siglo XIX, ni reputación, como en el siglo XX. Obsesionadas por las ventas y la rentabilidad, las editoriales huyen de la poesía como alma que lleva el diablo. No se puede imaginar hoy en día un destino más dramático que el del poeta que decida consagrar toda su vida al arte. Los antiguos arruinaban su vida (en muchas ocasiones también la de otros) por la locura de un verso hermoso, pero confiaban al menos en el reconocimiento de las generaciones venideras. Ellos podían creer sinceramente que la belleza —como dijo Dostoievski— es la salvación del mundo, pero hoy ya no sabemos qué es la belleza, ni tampoco el mundo, y no entendemos qué significa «salvar». ¿Qué vas a salvar si vivimos en lo inmanente y lo aleatorio? Sin la perspectiva de conseguir algo a través del arte y, en definitiva, de su profesión, sin la esperanza en la gloria y en la posteridad, el poeta está condenado a la vida asocial y fantasiosa del consumidor de hachís. «El poeta, como el soldado, no tiene vida propia, / su vida propia es polvo y pólvora», escribía Nichita Stănescu. Hoy, cuando la civilización del libro agoniza y cuando penetramos con voluptuosidad en los espantosos desfiladeros de lo virtual, la poesía es menos visible aún. La modernidad implicaba una civilización centrada en la cultura, una cultura centrada en el arte, un arte centrado en la literatura y una literatura centrada en la poesía. La poesía en la época de Valéry, Ungaretti y T. S. Eliot era el meollo del meollo de nuestro mundo. Ahora, la descentralización posmoderna ha producido una civilización sin cultura, una cultura sin arte, un arte sin literatura y una literatura sin poesía. En cierto modo, los polos de la vida humana se han invertido de manera brusca y las primeras víctimas han sido los poetas.

   Y, sin embargo, humillada y disuelta en el tejido social, casi desaparecida como profesión y como arte, la poesía sigue siendo omnipresente y ubicua como el aire que nos envuelve. Pues, antes que una fórmula y una técnica literaria, la poesía es un modo de vida y una forma de mirar el mundo. Expulsados de nuevo de la ciudadela, los poetas han aprendido a luchar con las mismas armas que la civilización que los condena. Se han refugiado en las redes de los blogs literarios, donde publican libremente sus textos eludiendo las servidumbres de toda forma de comercialización, y han encontrado cobijo en los lyrics de la música rock y el rap, han conquistado las almenas de los vídeos musicales y comerciales. Han aprendido a competir en los slams de poesía interpretada. Han comprendido la alegría del anonimato, la alegría de la autosuficiencia de producir textos para unos cuantos amigos, han aprendido a protegerse de la brutalidad del mundo circundante y de la vulgaridad del éxito. Nada es más discreto, más admirable y más triste, en cierto sentido, que el poeta de hoy, el último artesano en un mundo de copias sin original, como escribía Baudrillard, el último ingenuo en un mundo de arribistas.


De El ojo castaño de nuestro amor (Impedimenta, 2012)
Traducción de Marian Ochoa de Eribe

lunes, 29 de octubre de 2018

Dos poemas de Charles Simic





MENÚ DEL DÍA

Señor, sólo nos queda
una cuchara y un cuenco vacío
del que servirse
grandes sorbos de nada

y pretender que eso que come
es una sopa espesa, oscura
un potaje humeante
en el cuenco vacío.




LA MÉDIUM

Esta mesa redonda era de una mujer
que convocaba a visitantes fantasmales
y transmitía sus crípticos mensajes
a los presentes, que se daban la mano en círculo,
con los rostros iluminados vagamente por una vela,

esperando sentir al ser amado
o al menos escuchar esa voz familiar
saludarnos de nuevo, revelar un secreto
desde el otro lado de la tumba,
hacer que algún oyente se tape los oídos
otro rompa a llorar,

mientras al otro lado de las gruesas cortinas
comienzan a caer copos de nieve
sobre la noche oscura, fría y silenciosa,
cada cual decidido a enterrar algo,
no importa cuán pequeño ni cuán grande.




De El lunático (Vaso Roto, 2017)
Traducción de Jordi Doce.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Tres poemas de Denise Levertov





ATENTA

Cuando encontré la puerta
me encontré
con que las hojas del parral
hablaban entre ellas, susurrando.
Al notarme, retuvieron su aliento verde, incómodas,
como los hombres cuando abotonan sus abrigos
fingiendo que se estaban yendo ya,
como si la conversación
hubiera terminado justo antes de que una
llegara.
Me gustó, sin embargo,
lo que alcancé a entrever
de sus ocultos gestos.
Y me gustó el susurro de sus voces secretas.
La próxima
me moveré muy lentamente,
como la luz del sol, abriendo
la puerta de a milímetros,
y escucharé tranquila
sin hacer ruido.




EL SECRETO

Dos chicas, en un verso
súbito, descubren
el secreto de la
vida.

Yo que no sé el
secreto escribí
el verso. Ellas
me contaron

(a través de un tercero)
que lo habían encontrado
pero no sé en qué consistía
ni siquiera

cuál era el verso. Ahora no tengo
dudas, pasada más de
una semana, de que olvidaron
el secreto,

el verso, el nombre
del poema. Las amo
porque vieron lo que
no puedo ver,
y por amarme por
el verso que escribí,
y por olvidárselo
de modo que

mil veces más, hasta que las alcance
la muerte, pueden descubrirlo
de nuevo en otros
versos

en otros
acontecimientos. Y por
querer saberlo,
por

suponer que existe
tal secreto, sí,
por eso
más que nada.




VIVIR

Es el fuego en las hojas y en el pasto
tan verde que parece
cada verano el último verano.

Sopla el viento, las hojas
se estremecen al sol,
todos los días el último día.

Hay una salamandra
roja, muy fría
y fácil de atrapar,

que mueve, como en sueños,
sus delicadas patas y su larga cola.
Dejo la mano abierta para que pueda irse.

Cada minuto el último minuto.




De Cada verano el último verano (Zindo & Gafuri, 2018)
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg y Alejandro Crotto

lunes, 8 de octubre de 2018

Paul Valéry - Algunas notas sobre poesía



En los espíritus no-poéticos se manifiesta siempre una tendencia a traducir al lenguaje de la prosa el texto escrito en verso. Es lo que ellos llaman “comprender”. Esta operación sólo es posible cuando el poema no vale nada; es la demostración de lo inútil y arbitrario de su condición formal.


*


Algunos oponen la geometría a la poesía. Por mi parte, cuando la poesía languidece, hago con gusto geometría, y con frecuencia veo reaparecer la poesía por reacción natural contra un abuso de la geometría.


*


Un verdadero escritor es aquel que no encuentra las palabras. Entonces las busca. Pero al buscarlas encuentra las mejores.

Un artista no traduce palabra por palabra sino efecto producido a efecto por producir.

La más bella y fuerte conmoción interior no tiene necesariamente ninguna relación con el lenguaje.

El arte comienza sacrificando la fidelidad a la eficacia.


*


Escribir: intento de otorgar a algunos fenómenos pasajeros cierta existencia, cierta duración permanente.


*


El sentimiento, o aquello que vagamente se denomina con esta palabra, no interviene para nada en la invención o en los hallazgos del poeta o el músico.

Los verdaderos hallazgos son el resultado de una especie de cristalización brusca o semibrusca. Son arreglos sui generis, nacidos del azar. Ese azar, o las diversas circunstancias, pueden albergar el sentimiento o la emoción, pero sólo en calidad de elementos.

Este ordenamiento tiene mucha semejanza con los fenómenos de la memoria, o de la resonancia generalizada. Así, el ruido o el sonido tenue de un choque metálico puede producir bruscamente una disposición favorable a una jugada feliz.

Pero además se necesita tacto y adiestramiento, conciencia de sí mismo, análisis de esta conmoción extraordinaria.

El talento intenta imitar, volver habitual —funcional —, este azar.


*


No se hacen buenos versos con buenos sentimientos.


*


Siempre he intentado hacer del trabajo literario una especie de cálculo. Después de todo se trata de realizar una obra aplicada, como cuando haces una casa o una máquina.


*


A partir de la misma impresión uno crea una melodía, otro una teoría analítica.


*


Poesía es el arte de hablar sin decir nada, pero para sugerirlo todo.


*

Habría que ser muy ingenuo para atribuir a un poeta los sentimientos que manifiesta en sus versos.

Y los versos tendrían que ser muy malos para poner de manifiesto los sentimientos del autor. Por lo menos así sucede en lo que se conoce.



De Notas sobre poesía (Hilos editora, 2015)
Traducción de Hugo Gola